La muerte toma siempre la forma de la
alcoba
que nos contiene.
Es cóncava y oscura y tibia y silenciosa,
se pliega en las cortinas en que anida la sombra,
es dura en el espejo y
tensa y congelada,
profunda en las almohadas y, en las sábanas, blanca.
Los dos sabemos que la muerte toma
la forma de la alcoba, y que en
la alcoba
es el espacio frío que levanta
entre los dos un muro, un
cristal, un silencio.
Entonces sólo yo sé que la muerte
es el hueco
que dejas en el lecho
cuando de pronto y sin razón alguna
te incorporas
o te pones de pie.
Y es el ruido de hojas calcinadas
que hacen tus
pies desnudos al hundirse en la alfombra.
Y es el sudor que moja
nuestros muslos
que se abrazan y luchan y que, luego, se rinden.
Y
es la frase que dejas caer, interrumpida.
Y la pregunta mía que no oyes,
que no comprendes o que no respondes.
Y el silencio que cae y te
sepulta
cuando velo tu sueño y lo interrogo.
Y solo, sólo yo sé que
la muerte
es tu palabra trunca, tus gemidos ajenos
y tus involuntarios
movimientos oscuros
cuando en el sueño luchas con el ángel del sueño.
La muerte es todo esto y más que nos circunda,
y nos une y separa
alternativamente,
que nos deja confusos, atónitos, suspensos,
con una
herida que no mana sangre.
Entonces, sólo entonces, los dos solos,
sabemos
que no el amor sino la oscura muerte
nos precipita a vernos cara
a los ojos,
y a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos,
todavía más, y cada vez más, todavía.
XAVIER VILLAURRUTIA
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